SUDÁFRICA; A VEINTE AÑOS DE LA EXCARCELACIÓN DE MANDELA

El discurso de apertura de la segunda sesión del Noveno Parlamento de la República de Sudáfrica, el 2 de Febrero de 1990, estaba destinado a quedar grabado como el punto de quiebre en la historia moderna sudafricana. En él, Frederik de Klerk, recientemente elegido presidente de Sudáfrica, anuncia su intención de darle a un Estado caracterizado por la segregación racial una constitución democrática. Era el principio del fin del Apartheid.
El Apartheid se había sostenido moralmente a sí mismo, como un sistema en el que las distintas naciones que habitan Sudáfrica (se contabilizaban 13) existirían de manera separada en distintos “estados”. Así, la Sudáfrica “formal” sería aquella dirigida por los blancos (ingleses o Afrikaners o bóers) y se crearían distintos territorios, los bantustanes, en los que las etnias negras serían obligadas a vivir. Asimismo, se establecerían estrictos controles raciales para impedir el “mestizaje”. A los habitantes de los bantustanes se les negaría la ciudadanía sudafricana, convirtiéndolos en simples residentes temporales, que debían tener “pases” para permanecer en las zonas blancas. A la vez, los servicios educativos y de salud eran claramente superiores en las zonas blancas, donde tenían un nivel similar al de un país desarrollado, siendo que las zonas negras por lo general ni siquiera contaban con electricidad o agua corriente.
Las injusticias de este sistema llevaron al surgimiento de varios grupos revolucionarios, siendo los más importantes el Partido Comunista Sudafricano (apoyado por la URSS), el congreso Panafricanista (PAC) y, principalmente, el Congreso Nacional Africano o ANC, liderado por Nelson Mandela.
La resistencia, inicialmente consistente en sabotajes y huelgas, se radicaliza a mediados de 1970. En 1976, una rebelión estudiantil en la South Western Township (Soweto) de Johannesburgo culmina con una masacre en la que mueren 566 niños, lo que desencadena la violencia en todo el país. El orden recién se reestablece luego de 4 años de ley marcial, durante el gobierno de FW Botha.
Como dice el propio De Klerk, La situación se vuelve crecientemente insostenible: el 78% de la población está hacinado en el 13% del territorio, sin derechos ni servicios públicos dignos de tal nombre; pese al declamado “desarrollo por separado”, la economía de las distintas naciones era absolutamente interdependiente, y las naciones blancas necesitaban la mano de obra barata que le proveían los negros; los blancos no constituían mayoría en ninguno de los territorios y la inmensa mayoría de los no blancos se oponía violentamente al sistema. Millones de sudafricanos blancos habían accedido a la educación y a mejores standards de vida al mudarse a las ciudades, y eran cada vez más conscientes del cercenamiento de sus derechos humanos. El sistema empezaba a ser rechazado incluso por parte de los propios bóers.
A todo esto, debe sumarse un cambio del escenario mundial; con el fin del comunismo soviético (gran enemigo del Partido Nacionalista blanco), y la creciente presión occidental hacia el régimen segregacionista; el sistema había llegado a una crisis terminal.
Todo esto fue debidamente ponderado por el nuevo presidente. Hacia el fin de un largo discurso en el que recapitulara los signos de crisis y desgaste que el sistema había demostrado a lo largo de la década de los 80, De Klerk tomó una pausa, e hizo un llamado a la negociación y al diálogo. Como incentivos y pasos a seguir, detalló 8 medidas que se iban a adoptar a la brevedad: entre ellas, la legalización de grupos políticos como el Congreso Nacional Africano (ANC), el Congreso Panafricanista y el partido Comunista Sudafricano; una amnistía general para prisioneros políticos, y la abolición de normas segregacionistas y de la censura en los medios.
(…) Nuestro país y su gente -sostuvo- estuvieron envueltos en conflictos, tensión y violencia por décadas. Es tiempo de que rompamos ese círculo de violencia y avancemos hacia la paz y la
reconciliación. La mayoría silenciosa lo desea con todas sus fuerzas. Los jóvenes lo merecen. Con las medidas que ha tomado, este Gobierno dio pruebas de su buena fe, y la mesa está dispuesta, para que todos los líderes sensatos empiecen a hablar acerca de un nuevo sistema, para alcanzar un entendimiento por medio del diálogo y el debate. La agenda está abierta, y los objetivos a los que aspiramos deberían ser aceptables para todos los Sudafricanos razonables. Entre otras cosas, esas metas incluyen una nueva constitución democrática, voto universal, igualdad frente a la ley, justicia independiente, la protección de las minorías así como de los derechos individuales; libertad de culto; una economía sólida, basada en principios económicos ortodoxos y en el capital privado, y programas dinámicos, dirigidos a otorgar mejor educación, salud, vivienda y condiciones sociales para todos.
En este punto, el Sr. Mandela puede jugar un rol importante. (…)
Nueve días más tarde, Mandela fue liberado de prisión, luego de 27 años. Junto a De Klerk, jugó un rol vital para conseguir una transición ordenada y pacífica hacia la democracia plena, que llegaría con las elecciones de 1994, en las que Mandela es consagrado primer presidente negro de Sudáfrica.
Veinte años después de ese momento histórico, Sudáfrica muestra las secuelas de una transición muchas veces traumática. La democracia no ha aminorado, sino que probablemente exacerbó, muchas de las tensiones raciales subyacentes. Por un lado, la minoría Afrikáner (blancos, descendientes de holandeses pero con un claro y muy fuerte sentido de pertenencia africano) que con tres millones y medio de habitantes representa menos del 10% de la población, se siente encerrada y sin representación política en un país abrumadoramente negro. Y por otra parte, el surgimiento de una cada vez más significativa clase media negra no opaca el evidente hecho de que las condiciones de vida para la mayor parte de la población negra no han mejorado desde la llegada del ANC al poder.
La violencia, y la escasez energética siguen asolando a las ciudades, y Sudáfrica tiene el triste privilegio de ser la nación con mayor cantidad de infectados por el SIDA; se calcula que el 11% de la población, unos 5,2 millones de personas sufren dicha enfermedad. Estos problemas (así como la creciente corrupción en el gobierno) fueron soslayados, ignorados o directamente negados por el ANC, especialmente durante el gobierno de Thabo Mbeki.
Las injusticias de este sistema llevaron al surgimiento de varios grupos revolucionarios, siendo los más importantes el Partido Comunista Sudafricano (apoyado por la URSS), el congreso Panafricanista (PAC) y, principalmente, el Congreso Nacional Africano o ANC, liderado por Nelson Mandela.
La resistencia, inicialmente consistente en sabotajes y huelgas, se radicaliza a mediados de 1970. En 1976, una rebelión estudiantil en la South Western Township (Soweto) de Johannesburgo culmina con una masacre en la que mueren 566 niños, lo que desencadena la violencia en todo el país. El orden recién se reestablece luego de 4 años de ley marcial, durante el gobierno de FW Botha.
Como dice el propio De Klerk, La situación se vuelve crecientemente insostenible: el 78% de la población está hacinado en el 13% del territorio, sin derechos ni servicios públicos dignos de tal nombre; pese al declamado “desarrollo por separado”, la economía de las distintas naciones era absolutamente interdependiente, y las naciones blancas necesitaban la mano de obra barata que le proveían los negros; los blancos no constituían mayoría en ninguno de los territorios y la inmensa mayoría de los no blancos se oponía violentamente al sistema. Millones de sudafricanos blancos habían accedido a la educación y a mejores standards de vida al mudarse a las ciudades, y eran cada vez más conscientes del cercenamiento de sus derechos humanos. El sistema empezaba a ser rechazado incluso por parte de los propios bóers.
A todo esto, debe sumarse un cambio del escenario mundial; con el fin del comunismo soviético (gran enemigo del Partido Nacionalista blanco), y la creciente presión occidental hacia el régimen segregacionista; el sistema había llegado a una crisis terminal.
Todo esto fue debidamente ponderado por el nuevo presidente. Hacia el fin de un largo discurso en el que recapitulara los signos de crisis y desgaste que el sistema había demostrado a lo largo de la década de los 80, De Klerk tomó una pausa, e hizo un llamado a la negociación y al diálogo. Como incentivos y pasos a seguir, detalló 8 medidas que se iban a adoptar a la brevedad: entre ellas, la legalización de grupos políticos como el Congreso Nacional Africano (ANC), el Congreso Panafricanista y el partido Comunista Sudafricano; una amnistía general para prisioneros políticos, y la abolición de normas segregacionistas y de la censura en los medios.
(…) Nuestro país y su gente -sostuvo- estuvieron envueltos en conflictos, tensión y violencia por décadas. Es tiempo de que rompamos ese círculo de violencia y avancemos hacia la paz y la
reconciliación. La mayoría silenciosa lo desea con todas sus fuerzas. Los jóvenes lo merecen. Con las medidas que ha tomado, este Gobierno dio pruebas de su buena fe, y la mesa está dispuesta, para que todos los líderes sensatos empiecen a hablar acerca de un nuevo sistema, para alcanzar un entendimiento por medio del diálogo y el debate. La agenda está abierta, y los objetivos a los que aspiramos deberían ser aceptables para todos los Sudafricanos razonables. Entre otras cosas, esas metas incluyen una nueva constitución democrática, voto universal, igualdad frente a la ley, justicia independiente, la protección de las minorías así como de los derechos individuales; libertad de culto; una economía sólida, basada en principios económicos ortodoxos y en el capital privado, y programas dinámicos, dirigidos a otorgar mejor educación, salud, vivienda y condiciones sociales para todos.En este punto, el Sr. Mandela puede jugar un rol importante. (…)
Nueve días más tarde, Mandela fue liberado de prisión, luego de 27 años. Junto a De Klerk, jugó un rol vital para conseguir una transición ordenada y pacífica hacia la democracia plena, que llegaría con las elecciones de 1994, en las que Mandela es consagrado primer presidente negro de Sudáfrica.
Veinte años después de ese momento histórico, Sudáfrica muestra las secuelas de una transición muchas veces traumática. La democracia no ha aminorado, sino que probablemente exacerbó, muchas de las tensiones raciales subyacentes. Por un lado, la minoría Afrikáner (blancos, descendientes de holandeses pero con un claro y muy fuerte sentido de pertenencia africano) que con tres millones y medio de habitantes representa menos del 10% de la población, se siente encerrada y sin representación política en un país abrumadoramente negro. Y por otra parte, el surgimiento de una cada vez más significativa clase media negra no opaca el evidente hecho de que las condiciones de vida para la mayor parte de la población negra no han mejorado desde la llegada del ANC al poder.
La violencia, y la escasez energética siguen asolando a las ciudades, y Sudáfrica tiene el triste privilegio de ser la nación con mayor cantidad de infectados por el SIDA; se calcula que el 11% de la población, unos 5,2 millones de personas sufren dicha enfermedad. Estos problemas (así como la creciente corrupción en el gobierno) fueron soslayados, ignorados o directamente negados por el ANC, especialmente durante el gobierno de Thabo Mbeki.
Sin embargo, pese a esos fracasos, los artífices de esas jornadas que hace 20 años marcaron el rumbo de la Sudáfrica moderna son enormemente optimistas acerca de los logros del futuro de su nación. Sudáfrica creció ininterrumpidamente durante 16 años; mantuvo desde 1994 sus instituciones democráticas y sus libertades civiles, manteniéndose como la principal economía de África, y como un referente a nivel regional y mundial. En palabras del mismo De Klerk, “Para los sudafricanos blancos, los anuncios del 2/2/1990 y su apoyo a continuar las negociaciones en el referéndum de Marzo de 1992 señalaron la decisión de abandonar la carga de culpa y alienación que cargaban luego de siglos de dominación blanca.
Para los sudafricanos negros, los eventos de 1990 marcaron el principio de una nueva era de dignidad, igualdad y derechos políticos absolutos, por los cuales ellos y sus ancestros habían luchado por tanto tiempo. Y para el mundo, estos eventos históricos ejemplifican que incluso las más profundas disputas pueden ser resueltas pacíficamente a través de la negociación y la buena voluntad”
Para los sudafricanos negros, los eventos de 1990 marcaron el principio de una nueva era de dignidad, igualdad y derechos políticos absolutos, por los cuales ellos y sus ancestros habían luchado por tanto tiempo. Y para el mundo, estos eventos históricos ejemplifican que incluso las más profundas disputas pueden ser resueltas pacíficamente a través de la negociación y la buena voluntad”
Por: Francisco Navarro
Fuentes:
http://www.info.gov.za/peeches/1996/101348690.htm
http://www.politicsweb.co.za/politicsweb/view/politicsweb/en/page71619?oid=158734&sn=Detail
http://www.politicsweb.co.za/